sábado, 3 de marzo de 2012

Había en el ambiente un sentir pesaroso e indignado, pero no me importaba, había esperado suficiente tiempo para poder verte. Soltaste unas palabras, adrede, para ver qué tipo de reacción podrías llegar a descubrir en mi rostro. Seguramente mi respuesta fue aún más maliciosa que las propias intenciones que había, por parte de los dos, para herirnos.
Nos miramos fijo un buen rato, como reprochándonos algo, como echándole la culpa al otro de los males de cada uno. Tratamos de evitarlo. Me corrijo: Tratamos de postergarlo...


¿A caso esa asquerosa sensación de rencor nunca se desvanecería?


Dios sabe qué clase de angustia horado mi cuerpo luego de aquella visita.
Luego entendería la magnitud de esa mirada.. Esa noche viste algo que  yo no...
Y esa curva en tu espina bramaba por una caricia, por un consuelo que yo, con todas mis energías, suprimí.
Estábamos demasiado ciegos por la envidia y demasiado sordos por la ira como para darnos cuenta del verdadero lamento que emanaban nuestras voces.
Entonces, por si no fuera suficiente, continuamos, sin decirlo, echándonos la culpa como unos niños.
Por que al final eso es lo que hacen los niños como nosotros.
 Nos asustamos. Nos dañamos. Y luego huimos.


Estamos como al principio de todo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario