domingo, 21 de noviembre de 2010

La maravilla de una pesadilla.



La otra noche te me presentaste en un sueño.
Te veías algo distante y borroso. De repente, tomaste algo que se veía filosofo y enormemente abominable comparado con la delgadez de tu cuerpo. No me diste ni tiempo a esbozar palabra, que me sentí rodar por el piso, hasta llegar a una esquina de la habitación.
Desde ese lugar, contemple el resto de mi cuerpo.
Fui decapitada y todo lo que pude percibir fueron sensaciones maximizadas: el piso de madera de roble crujir. La chimenea con su mansa e indomable llama. La habitación llena de polvo blanquecino. El escalofrío recorrer mi espalda. Mi cuerpo, que aún realizaba movimientos espasmódicos. Y el tuyo, que disfrutaba cada segundo, eternos para mí.
Nada de esa cruel escena sin sentido te bastó. Con otro movimiento tajante, sentí como perforabas mi tórax. Luego te abrías paso entre la carne, la sangre que salpicaba tu semblante y los huesos color de marfil, sólo para arrancar de mis vestigios, un órgano que ya ni me servía. Así que, no tardé en comprender, que lo que sigue fue una especie de burla o acto simbólico.
Me dedicaste una mirada dulce, una sonrisa juguetona y yo sentía un palpitar loco entre tus dedos.
Arrojaste mi pobre corazón a la chimenea llameante y en ese instante comenzó el acaloramiento. Me sentí arder, quemar y despedazar lentamente.
Pero yo no podía odiarte, y más allá de la sensación del carbón hirviendo, todo me parecía algo esplendido.
La aparición. El siniestro "asesinato". El acto simbólico. La sonrisa burlona. Todo. Todo era maravilloso. Por que así debe sentirse el amor dentro de un sueño del que cualquier psicoanalista sacaría buena pasta.
Así debe sentirse un amor fatídico, no correspondido y maravilloso. Maravilloso al despertar. Por que descubrí que puedo sentir con el corazón como nadie puede, aún si me decapitaran, aún si cortaran toda conexión con el nervio maestro. Aún...si él no me quiere.

Fin.

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